sábado, 1 de julio de 2017

LA REVOLUCIÓN FRANCESA

THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

LA REVOLUCIÓN FRANCESA



Erre.–  La plaza estaba abarrotada, todos los ojos se dirigían anhelantes hacia la gallarda figura que se erguía sobre ellos en la tarima: Lhorkespierre, el gran orador, escoltado por toda su camarilla: el profesor Sartorius, el profesor Anscarius, Marat, Danton...
–¡Camaradas todos! ¡Hermanos de la lucha de clases! –declamaba a voz en grito, megáfono en mano–. ¡Damas y caballeros, tengo el gusto de presentarles... No, espera, que esto es del programa del Moreno... ¡Hemos de resistirnos a que se nos clasifique como bebedores empedernidos de champagne, mal que les pese a algunos! ¡Para demostrar que no sólo de esa maravillosa bebida vive el francés, vamos a inventar la tortilla francesa, las crêpes y las patatas chic! ¡Y ya hablaremos más adelante del más ambicioso proyecto jamás pensado: la Torre de Hierro de Lhorkespierre, una estructura novedosa y ultramoderna que dará que hablar al mundo entero y será el símbolo de nuestro país, además de una fuente inagotable de divisas! ¡Les vamos a quitar todo el turismo a los españoles, y la jet set se va a salir de Marbella para venirse a París a vivir!
"¡Además de todo esto, debemos, por encima de todo, frenar los excesos de la Seguridad Social, sus abusos y la mala gestión de que es objeto! ¡Las medicinas están por la nubes, nos las tiran desde aviones en parachutes, los médicos no extienden recetas ni jartos de champagne!
"¡Así pues, para protestar por tamaña actitud y felonía por parte de nuestros indignos gobernantes contra este pueblo democrático, os conmino a todos a que toméis una pastilla!
–¿Ya se ha inventado la Viagra? –se oyó murmurar a un anciano entre la multitud enfervorecida–. ¿Por fin voy a poder...
Pronto empezaron a oírse voces por toda la plaza clamando por la toma de la pastilla: "¡Sí, queremos la pastilla!", "¿Qué ha dicho, qué?", "¿Quién ha mencionado la Bastilla?", "¿Qué tiene que ver la Bastilla con la Seguridad Social y el champagne?", "¿Que si vamos a la Bastilla nos invitan a champagne?"...
Pronto comenzó a producirse un lento movimiento en dirección al renombrado edificio, cosa que alarmó sobremanera a Lhorkespierre.
–¡Eh, esperad un momento! –comenzó a gritar en vano–. ¡Que yo no he hablado de la Bastilla! ¿A dónde vais? ¡Que la pastilla y el champagne son incompatibles! ¡Esperad un momento, que ahora vienen las azafatas con los canapés! ¡Que se suponía que esto iba a ser una reunión pacífica y tolerante, una simple sentada contra los abusos de los tiranos! –exclamaba al tiempo que sujetaba nerviosamente un medallón con forma de círculo, en cuyo interior aparecía una Y invertida–. ¡Haz el amor y no la revolución!
A su lado, echándose una mano a la frente, el profesor Sartorius murmuraba para sí apesadumbrado: "No, si esto no puede ser... Si ya me temía yo que este inútil no tenía n.p.i. de oratoria, y mucho menos carisma".
Entre Lhorkespierre y Danton, el profesor Anscarius estaba sugiriendo a éste último algo al oído que nadie llegó a escuchar.
En un extremo de la plaza, riéndose a carcajada limpia de aquellos padres de la Patria, Morgana de Lhork se entretenía enviando telepáticamente un mensaje a Red Sara en el extremo opuesto de la plaza: Te he ganado la apuesta. ¿Con qué no era capaz de organizar una revuelta frente a la inutilidad de estos pobres diablos que intentan convencer al pueblo con tonterías de tal calibre? Ve preparando la tarjeta de crédito, porque te la voy a dejar temblando después de la cena que me vas a pagar.
"Espero que nunca llegue a enterarse de que he manipulado el megáfono, y que sonaba a lata", pensó la hechicera a renglón seguido.
Mientras tanto, el pueblo iba tomando paulatinamente carrerilla, pisándose los unos a los otros, al exaltado grito de "¡Tonto el último!".
Llegaron a las puertas de la Bastilla en un estado de puro frenesí, los nervios a flor de piel, el ansia por un buen papeo y mejor bebercio plasmado en sus anhelantes rostros; mas, al constatar que allí no había nada de nada, y que a sus preguntas los guardias les contestaban con un desganado "Je ne sais pas", volvieron sus miradas hacia Lhorkespierre y sus acompañantes, que llegaban corriendo detrás de ellos, las lenguas colgando fuera de agotamiento.
–¡Parad, hijos de la gran... patria! –jadeó el revolucionario–. ¿Qué no seríais capaces de hacer por un buffet gratis? ¡Que yo no he hablado de la Bastilla para nada, que he dicho que tomemos la pastilla!
Dicho y hecho: se alzaron algunas voces sorprendidas, "Ah, ¿era eso? Acabáramos, haber empezado por ahí...", y la marea humana se abalanzó contra las puertas, ante los alaridos aterrados de los guardias que veían, sin comprender nada, cómo una incontenible riada humana les caía encima como una pesada losa.
–Vaya panda de cenutrios –comentó Lhorkespierre–. Mira que son negados –admitió con gesto de resignación–. En fin, ya que se ha puesto en marcha esta tontería, ¿qué les podría impedir, por ejemplo, derrocar a Luis XVI?
¿Por qué habría hablado? Algunos escucharon sus palabras y, ni cortos ni perezosos, comenzaron a correr la voz de que había una revolución en marcha y que había de quitar de en medio al rey. El populacho comenzó a moverse de nuevo, tras dejar la Bastilla hecha una auténtica leonera, con las despensas vacías, dirigiéndose hacia el Palacio de Versalles, donde había llegado un mensajero advirtiendo a Su Graciosa Majestad de las malas nuevas.
–¡Maríaaa! –gritó el monarca–. ¡Prepara las maletas, que nos vamos de viaje!
–O sea, de verdad, ¿nos vamos a ver las regatas de Yale? –sugirió María Anlhorknieta–. Pues que sepas que no pienso ir si no es en avión y en bussiness class, te lo juro de verdad.
–Venga, vale, chatita –admitió Luis XVI–. Pero date prisa, que esos rústicos están a punto de llegar y nos van a pillar con los pantalones bajados. ¡Sebastián, haz que preparen de inmediato la carroza real! ¡Y que le instalen el turbo, que tenemos que salir de aquí pitando!
El carruaje, ultramoderno, de seis caballos de potencia, llegó enseguida a las puertas del palacio, donde lo esperaban impacientes los fugitivos. El rey, enfadado, alzó su puño izquierdo en un gesto de impotencia.
–¡A Dios pongo por testigo, que jamás volveré a reinar para unos desagradecidos! –gritó.
–Sí, cariño, pero venga –le advirtió su mujer–. Vámonos ya, que me parece que esos desharrapados que asoman por ahí no vienen precisamente a saludarnos.
Con un gesto de pesar, montaron en la carroza y salieron a uña de caballo.
La historia cuenta como fueron detenidos en mitad del camino, arrastrados de vuelta a París, con la gran dama gritando en todo momento cosas como: "¡Mi peinado, que se me estropea!", "¡No me arruguéis el vestido de Armani, por Dios!", "¡Se me ha roto una uña!", "¡O sea, que plebe más asquerosa: huelen mal, visten peor y tienen muy malos modales!", "¡Cariño, encierra a estos ganapanes en la Bastilla!"...
The Pucelan Brothers.



Nota de la redacción: No podemos sino pedir perdón por tamaña perfidia, osadía que han tenido los Pucelan Brothers al volver a dejarse caer por este ilustre periódico, mas esta vez, de verdad, que no ha sido culpa nuestra. La cosa es como sigue: estábamos tan tranquilos en nuestra redacción, preparando y maquetando el número que ustedes están leyendo de Weird Tales de Lhork, en plena fase de descanso laboral para tomarnos un tentempié, cuando, hete aquí que, de repente, encima de la mesa de nuestro Redactor Jefe,  habían dejado este panfleto (nosotros suponemos que emularon al protagonista de la película "Misión Imposible", Lhork Cruise, dejándose caer desde el techo en una maraña de cables, de la que debió resultarles fácil salir, porque no conseguimos verlos por ningún lado). A todo esto, ¿quién de los dos fue el interfecto que se las arregló para meterse en semejante berenjenal? ¿Fue acaso el Pucelano Loco, que nos tiene acostumbrados a semejantes numeritos, o fue tal vez Morgana de Lhork, conjurando una salida del aire acondicionado donde no la había? El caso es que, al estar sobre la mesa del Redactor Jefe la crónica, un becario nuevo la encontró y la metió en maquetación antes de que pudiéramos darnos cuenta de lo que ocurría.
La solución, en el próximo número...

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