domingo, 11 de junio de 2017

ALHORKANDRO MAGNO

THE NEW LHORK HERALD TRIBUNE

ALHORKANDRO MAGNO



Erre.–  Los dos inmensos ejércitos se observaban fieramente: de un lado, las tropas del todopoderoso Alhorkandro Magno, el macedonio que se había embarcado en una inacabable campaña de conquistas a lo largo de todo Oriente; y del otro, los hindúes, con sus filas repletas de elefantes.
Tras la habitual interrupción para comer el bocata y parlamentar, la única solución que habían encontrado ambos bandos, después de un furioso cruce de insultos y galletas de chocolate, era la guerra, la dura e inapelable confrontación bélica.
Y todo por un tipo que había provocado la debacle de Persépolis, un tipo vestido de negro, con una especie de tela anudada al cuello, y unos cristales oscuros tapando sus ojos; había hecho un gesto raro con el dedo, pasándoselo por los labios, y todas las mujeres de Darío habían enloquecido hasta el punto de provocar una turbamulta que lo persiguió hasta las afueras de la ciudad, intentando alcanzarle unos para lincharle y otras vaya usted a saber para qué: tras su paso, no había quedado piedra sobre piedra, todo había sido asolado como por un terremoto; y Alhorkandro había jurado venganza, por lo que había enviado a sus exploradores tras los pasos de aquel desaprensivo, hasta alcanzarlo en aquel lugar tan lejano.
Y ahora, como las tropas que tenía frente a sí le protegían, se veía obligado a combatir contra unos animales a los que no conocía y que le parecían auténticas masas de carne capaces de hacer papilla a su ejército, que murmuraba nerviosamente y protestaba por los bajos salarios que cobraban por hacer aquellas ingratas faenas.
Militaba en sus filas una hechicera de renombre: Morgana de Lhork, experta en cualquier tipo de magia, capaz, según comentaban las malas lenguas, de convertir en mosca de la basura a cualquier que se le pusiese pelma; y, para su eterno lamento, una de sus mejores capitanas y luchadoras, Red Sara, lo había abandonado y se había pasado a las filas de los hindúes, pretextando que tenía ganas de tomarse unas vacaciones y aquél era un momento tan bueno como cualquier otro para tomárselas. Como es de suponer, Alhorkandro se había puesto como un basilisco, jurando en arameo y en swahili, asegurando que tendría su cabeza en una pica expuesta en las murallas de Atenas.
La capitana se le había reído en sus barbas, que ya tenían una semana después de las forzadas marchas a que había sometido a sus hombres, y se había largado con viento fresco.
Para destrozar de una vez a aquellos fanfarrones que pretendían impedirle alcanzar al tipo de negro (que, por cierto, andaba por ahí con una botella de algo que no era vino y cuyo nombre resultaba raro, algo así como Martirio), mandó lanzar un ataque en cuña de su caballería, esperando que sus enemigos cayeran bajo su espada como el trigo bajo la guadaña.
Sin embargo, Red Sara conocía sus tácticas, y sabía que su principal virtud para vencer, es decir, la extravagancia en el combate que le había dado el nombre de Alhorkandro, era también su máxima debilidad, y decidió aprovecharla en la medida de lo posible: ordenó que los elefantes se separaran y les dejaran pasar entre ellos, para intentar pillarles bajo sus enormes patas; todo hubiera ido perfectamente, si Morgana, desde la retaguardia, no hubiese lanzado un poderoso conjuro de ceguera contra los inmensos animales, que los hizo volverse locos de pavor y comenzar a pisotear aquí y allá sin ton ni son, como si estuviesen bailando una de esas músicas psicodélicas que tanto gustaban en los años sesenta.
-¡Por la gloria de Lhork! –gritaba una y otra vez el general macedonio, lanzándose a la carga continuamente, tratando de penetrar las defensas hindúes sin conseguirlo.
En un momento dado, pareció que los ksatriyas, recuperados de la ceguera temporal impuesta por Morgana, tuvieron las de ganar, manteniendo a raya a las tropas griegas, obligándolas a combatir con el río Indo a sus espaldas, gracias a la magistral estratega que era Red Sara, pero una inesperada maniobra de los macedonios los descolocó por completo: Alhorkandro miró hacia el cielo, y abrió desmesuradamente los ojos.
-¡Mirad, el sagrado Cetro de Trados desciende a nosotros! –gritó señalando algo.
Todos los ojos elevaron su mirada en busca de lo que indicaba, aunque no vieron nada más que un ala delta revoloteando sobre ellos, arrastrando detrás de sí un cartel que decía “Beba Coca-Cola”.
La siguiente orden fue volver a la carga: mientras estaban despistados, el equipo de casa fue vapuleado a conciencia por los visitantes: hubo varios penaltis, que el pichichi resolvió con pleno acierto, en el minuto 77 ya ganaban por 17-0... Huy, perdón, se me ha cruzado el programa del García.
Como iba diciendo, aprovechando el desconcierto de las tropas hindúes, los macedonios aprovecharon para atacar con fiereza, consiguiendo hacer retroceder a sus enemigos, y avanzando hacia la capital de aquel exótico reino: la resistencia había sido vencida, el ejército había huido como alma que lleva el diablo, y el camino hacia el hombre de negro parecía expedito.
Pero Alhorkandro no había contado con sus propios hombres: estaban descontentos, sobre todo tras ver el anuncio del ala delta, y deseaban tomarse un refresco en el disco-pub más famoso de la época, en Petra, el lugar más fresquito de todo el desierto. De nada sirvieron los ruegos ni las amenazas del general, el ejército comenzó a dar media vuelta y el macedonio, resignado, hubo de volverse con ellos.
Durante el regreso, Red Sara le alcanzó.
-¿Qué tal la fiesta, colega? –preguntó, tendiéndole una botella de LhorkRioja.
-Psché, podría haber sido mejor –se lamentó Alhorkandro tras un buen lingotazo de aquel magistral reconstituyente-: no sé, me ha resultado demasiado fácil vencerlos; el truco de la Coca-Cola está ya muy visto, y a pesar de eso han picado como todo el mundo. Y tú, ¿qué? Debería colgarte por traidora.
-Venga, hombre –se defendió la capitana alegremente-. No seas tan quisquilloso, sólo ha sido un truco para que la batalla no fuese demasiado aburrida: alguien debía ponerle un poco más de emoción, porque, desde luego, si hubiésemos combatido juntos, nos habríamos comido a esos elefantes con patatas en un abrir y cerrar de ojos.
Alhorkandro la miró pensativamente durante unos minutos.
-Bueno, vale –admitió con un mohín de fastidio-: te lo admito. Pero la próxima vez que quieras hacer algo así dímelo, o me enfadaré: recuerda que soy yo quien lleva el Estratego y el Risk. ¿Está claro?
-Vale, jefe –aceptó jocosamente la mujer-: ya estamos con lo de siempre. A veces pienso que tu padre, Filipo de Macedonia, debería haberte educado un poco mejor, en lugar de dejarte hacer lo que te vino en gana: eres peor que un niño malcriado.
-¿A qué no te dejo jugas más? –se irritó el general-. Mira que puedo echarte del Cuadrado de Lhork, que tengo muchas influencias con el CIO.
-¿Tú sólo? –se burló Red Sara.

The Pucelan Brothers.


Nota de la redacción: ¡Qué desesperación! No ya uno, sino dos, son los locos que nos atacan con saña y alevosía, con premeditación y nocturnidad. Esta vez hemos recibido la visita de una mujer que pidió hablar con el redactor jefe in person. Le dio este desatino, y le aseguró que era la colaboradora del Sr. Sastre, nuestro enemigo jurado desde los más tiempos más remotos.

            Intentamos atraparla, pero, misteriosamente, se desvaneció dejando tras sí una ligera voluta de humo. Si es capaz de hacer esas cosas, ¿no se nos colará por la redacción cuando le venga en gana? ¡Por Mitra y Lhork, por Crom y Asura, que esto es como para volverse loco de remate! Nuestro redactor jefe, desistiendo ya de conseguir librarse de esta plaga, se ha dado al LhorkRioja, y ahora ya no es capaz de distinguir un ordenador de una silla, de ahí que, de vez en cuando, se nos escapen algunas erratas sin importancia en los números correspondientes. Le hemos llamado al orden, pero posiblemente habremos de llevarlo a Alcohólicos Anónimos y a una terapia de choque para que consiga superar el trauma de haber conocido a “The Pucelan Brothers”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario